Vuelvo a casa caminando de puntillas, no vaya a ser que se despierten los poetas.

30 ene 2014

He perdido

He perdido.
No me quise retirar a tiempo porque una retirada a tiempo no es una victoria, es concederte la derrota sin terminar de luchar; cobarde. ¿A tiempo para qué? ¿A tiempo para esconderme en el hueco de la escalera y ni siquiera pegar el ojo a la cerradura para ver cómo sale la vida por la puerta principal sin despedirse? ¿Quedándome intacta con la piel rosada y lisa? No, yo quiero una gran derrota, una rotura de corazón a lo grande; que duela, que sangre. Volar por los aires. Caer de cabeza contra el bordillo más precioso y duro de la ciudad. Reventarme las rodillas al derrumbarme tras el disparo. ¿Por qué iba a huir del bombardeo si tenía butaca en primera fila?

He perdido.
Nunca he pretendido ponerme a salvo, cubrirme las espaldas que antes me besaban. Siempre quise llegar hasta el final; leer la frase de mi lápida, algo como “ni la única ni la última”. Cuántos cadáveres habrá…
Todos de bar en bar, de estación en estación.
Patada a patada.
Comparando a todos los corazones con el que una vez fue el mejor garito de la ciudad.

Has ganado por haberlo intentado, dicen.
Que no, que he perdido.  Pero no por ello voy a dejar de reírme como una loca.
Mira, hoy –sin ser fin de semana ni nada-  voy a salir a lucir las heridas. Las marcas de todas esas batallas que se han librado de piel hacia dentro con disparos retumbando en cajas torácicas y cuchillos afilados en vez de costillas –por eso los últimos abrazos rasgaban tanto- . Voy a salir sin corazón y sin nada, con lo puesto: la derrota, y la cabeza bien alta; que me sientan como un guante.

Sólo me quedan las cicatrices, y un alma sin cicatrices es un alma muerta; así que míralas, mírame las cicatrices. Mírame a las cicatrices cuando te hablo, ten modales.
Perder es bonito porque las cicatrices son un complemento que te cagas.
Y pegan con todo
con el puño cerrado.

Y después de mucho perder y mucho beber por lo perdido, se gana. Así, de repente. Después de una rutina maravillosa de cabeza agachada, fracaso, sonrisas forzadas, charcos y margaritas hijas de puta por todas partes te levantas un buen día –y digo buen día porque no todos los días se levanta una sin desamor bajo el tatuaje-  y estás vacía. El vacío es el premio. Ganar es vaciarse. Qué bello es el vacío. Maravilloso vacío. Ya no hay zonas arrasadas, ni escombros,  ni neumáticos pinchados.

Ale, a gritar por la ventana.
Que sí, señora, como lo oye, estoy vacía.
Cállate, niña.

Aunque ganar también duele. También tengo heridas de ésas. ¿O es que ahora resulta que despellejarse atravesando por debajo la valla que hay entre el corazón de otro y la libertad, es un caminito de rosas?

Pero, oye, aquí estamos, bailando tan ricamente sin faldas ni vestidos: en sujetador, para que nos cale bien la alegría.
Con el pelo de tonta cortado
y los labios buscando ajetreo.

Qué guapa estás resucitada.
Eso me digo todas las mañanas delante del espejo mientras canta Quique.

Es que hay canciones
que son
como un beso de abuela en la mejilla
al volver del colegio.

3 comentarios:

Rafael dijo...

Quizás tu protagonista sienta que "ha perdido", aunque en realidad puede ser que se le "haya cerrado una puerta". Quizás mejor así, nunca se sabe, el tiempo lo dirá. Pero es evidente que la herida duele, sangra y escuece. Mejor no removerla y sí curarla dulcemente.
Un abrazo y feliz jueves.

Cobacho dijo...

Lo bueno, lo mejor diría yo, de quedarse vacío, es llenar ese vacío con lo que tú quieras.

Amando García Nuño dijo...

Vaya, tienes suerte. Toda la vida perseguimos, aunque lo neguemos, la completa derrota, el más alto grado del conocimiento humano.
Abrazos, siempre