Vuelvo a casa caminando de puntillas, no vaya a ser que se despierten los poetas.

6 feb 2014

Los abanicos que nunca uso

Hasta el fin del mundo, que son tus pies. Porque el mundo empieza en tu cabeza y termina en tus pisadas.

El mundo viaja. Y yo quiero viajar con el mundo.
Carreteras por la costa, o por el interior. Me da igual con tal de que pongas buena música y me dejes bajar las ventanillas para que se me alborote el pelo y el vestido.
Vestido y botas, forajido, para poder salir pitando después de corrernos rápido en cualquier pensión de habitación empapelada y retrete compartido sin pagarle al tipo de la camiseta blanca de tirantes manchada de ketchup y semen.

Restaurante de tercerísima con mesas pegajosas y sólo un plato disponible: sopa fría. El mejor menú es bestialidad en el carácter y ferocidad al besar; dulzura al dar las buenas noches con las bragas en la mano; serenidad en las miradas. Del postre ya se encarga el verano.

Los aires acondicionados me hablan de ti. Los ventiladores con el cable demasiado corto y el pelo rizado por la humedad. Los abanicos que nunca uso. La brisa del mar que se acerca los domingos. El fresquito de los centros comerciales a los que sólo entro para mirarme en los espejos la rojez que me han dejado en la barbilla tus besos con lengua; es la marca de la enamorada, todos los que miran saben que tengo mariposas, o algo parecido, quizá búfalos, en el estómago.

A las fieras no hay que amansarlas, coño, a las fieras hay que darles motivos para seguir rugiendo.

Llegar a Madrid en un abrir y cerrar de piernas. Follar con tu Telecaster mirándonos desde la cama supletoria de hoteles con el único lujo de tener pestillo en la puerta de la habitación.
Fotografiar las almohadas blancas en el suelo, la cama deshecha por el amor, el minibar temblando contigo sediento e inspirado.
Tocar la cornisa con los pies descalzos, sentir el frío, regresar a la guarida de tu bragueta bajada.
Ver películas en cines-suite de lujo.

Rock and roll, rock and roll, compañero de autobuses y de bancos de madera, sujétame el corazón un momento. Acaríciame rápidamente la nariz con el dedo índice, guíñame el ojo, dime que algunas cosas no van a ir bien pero que no sabes sonar sin mí.

1 comentario:

Rafael dijo...

Ese recuerdo siempre queda y está ahí latente.
Un abrazo y feliz jueves.