Vuelvo a casa caminando de puntillas, no vaya a ser que se despierten los poetas.

6 jul 2014

Vertedero





He cantado una de nuestras canciones.
Al terminar me he llevado las manos a la boca:
sangre.
La melodía ha sido la culata de un revólver
que me ha reventado los dientes.
Estoy escupiendo besos muertos
como flores que un marido abandonado se ha olvidado de regar.

Tengo el alma en los huesos
y no te imaginas la cantidad de calles que son perros en esta ciudad.

Me encantaría estrangularte
en cada semáforo donde nos dimos un beso.
Semáforos en rojo que nos aconsejaban que parásemos de utilizar la lengua,
que nos advertían que siempre llega el trabalenguas
y tú no estabas preparado para quererme sin equivocarte de sílaba.
Al final un autobús
rojo también
nos arrolló con un presente de indicativo de primera persona del plural impronunciable.

Lanzo por el balcón papeles con tu nombre escrito;
los niños los cogen y se los leen a sus madres
en voz alta,
ellas rompen los folios
y les castigan sin postre por decir palabrotas.

Crié un cuervo y me hizo cosquillas.
Crié una mariposa
y me empujó a las vías batiendo sus alas
-no te fíes ni de la tinta de un boli recién comprado-
por suerte el último tren ya había pasado,
perderlo me salvó la vida.
Ahora soy más de aviones
y de compartir coche
y de caminar: le he perdido el miedo a todas tus piedras.

Cada vez que pienso en ti
mi cabeza se convierte en vertedero.
Este poema apesta.

3 comentarios:

Rafael dijo...

Alguna vez nos sentimos así y entonces todo el mundo se nos viene encima.
Un abrazo.

Cobacho dijo...

De semáforos y viajes están llenas las calles de nuestras vidas. No importa saltárselos si evitar el choque está garantizado.

Este poema apesta, sí, pero a brillantez.

Un saludo!

fantasma dijo...

no apesta.
es brutal. brutalidad perfecta.