Hay una camisa que no quiere existir
sobre tus hombros.
Que quiere ser en el suelo
de tu habitación,
de nuestra habitación,
o en el de la cocina.
La humedad de la lluvia tiene
mucho que envidiar a la frescura
de tu saliva inundando mi cuello
y mis uñas pintadas.
Es el penúltimo día de febrero
y no te estoy besando, qué raro.
Me conformo con versarte,
con traerte esta noche desde lo más profundo
de la oscuridad de mis letras.
Voy a traerte a un colchón que se muere
por vernos en horizontal.
Qué desastre la ropa en tu cuerpo,
qué poesía tu desnudez.